«Bueno, bonito y barato» suele ser la máxima por la que se rige todo consumidor. Sin embargo, en pocas ocasiones nos paramos a pensar lo que esconden los artículos que adquirimos. Todo proceso productivo implica un impacto, entre otras cuestiones, medioambiental y social, y la industria de la moda no es una excepción sino todo lo contrario.
Según la diseñadora y consultora británica Kate Fletcher «la moda se está devorando a sí misma». Esta pionera activista de la moda sostenible indica cómo la industria se ha ido desconectando de algunos temas clave de nuestro tiempo como el cambio climático, el consumo y la pobreza. De hecho, las presiones de un consumo cada vez más rápido y barato, así como la constante preocupación por triunfar en la calle y en las pasarelas terminan por crear productos que, en muchas ocasiones,»refuerzan desigualdades, explotan a los trabajadores, estimulan el uso de recursos naturales e incrementan el impacto medioambiental y generan residuos».
No es ningún secreto que durante los últimos años las grandes empresas le han ganado terreno a los pequeños comercios. La dinámica de las grandes cadenas implica en ocasiones políticas comerciales muy agresivas, traslado de los costes a los proveedores, deslocalizaciones y estrategias de rotación de stocks muy rápida. Se trata de un lanzamiento casi constante de nuevas colecciones (incluso tres por temporada) que suponen nuevas tentaciones para un consumidor que no tiene tiempo de disfrutar la ropa en su tradicional sentido estacional.
En este contexto nace la moda sostenible. La sostenibilidad pasa por tener en cuenta diversos factores respecto a los materiales empleados, su renovabilidad, el proceso según el cual la fibra cruda se convierte en textil y su «huella de carbono» (los gases de efecto invernadero emitidos por el producto durante el proceso de fabricación). Aspectos todos estos importantes si tenemos en cuenta que la industria de la moda es la segunda que más contamina del mundo, y que, por ejemplo, para producir 1 kg de algodón se necesitan más de 10.000 litros de agua. Algunas de las fibras textiles en las que se está trabajando en la actualidad en este sentido son: algodón orgánico, lyocell, bambú, lino, soja, cáñamo, maíz, coco, etc. También se crean fibras sintéticas a partir del reciclado de plástico, caucho y otros elementos.
El comercio justo está íntimamente ligado con este movimiento. Entre otras cuestiones defiende la igualdad de géneros, el rechazo a la explotación infantil y una remuneración justa que permita unas condiciones de vida dignas. Hay otras tendencias que dan pasos en la misma dirección y que van desde el «hazlo tú mismo» (DIY), pasando por la creación de grupos de costura y tricotado (Stich&Bitch), hasta proyectos de micro-activismo político basados en el cortar, coser y hacer, como los desarrollados por Otto Von Busch cuestionando el sistema de la moda actual.
Algunas grandes empresas han dado tímidos pasos, sin embargo otras encuentran en el Slow Fashion su razón de ser. Como People Tree, pionera de la moda sostenible y el comercio justo, que lleva 20 años recorriendo el mundo y asociándose a artesanos y agricultores. Nos dan la posibilidad de hacer un seguimiento de los productores concretos que elaboran cada prenda y conocer así quién cose la ropa que llevamos puesta.
Posiblemente la transformación pasa por desmitificar el mundo de la moda, tender a un reemplazo de la cantidad por la calidad y dar un giro de lo global a lo local. En cualquier caso está en nuestras manos el exigir más juego limpio, porque hoy más que nunca el usuario, el consumidor, tiene el poder para decidir entre la gran variedad de oferta existente y para exigir a las marcas un mínimo de compromiso social y ético. Cada acción en ese camino cuenta.
Vía: Monografica